PARECIDOS

Febrero de 2009

Todos tenemos un “parecido razonable” con alguien, no sólo físico. Seguramente que cualquiera de ustedes conoce a alguien que le da un aire a Julián Muñoz, no me refiero a los pantalones a la altura del ombligo sino a su bigotillo, tan castizo, que oculta sus dientes, dientes. Siendo yo un chiquillo, en el colegio siempre había un Schuster, futbolista de moda en la época, que no era ni más ni menos que el rubillo de la clase. Más tarde a los rubillos les decían Prosinecki, con una dosis extra de cachondeo.

Ahora la televisión nos muestra todos los días cientos de famosos de distinta ralea, de tal forma que cualquier joven, bonico o feo, toma como referencia a alguna celebridad, cantantes, deportistas... Hay veces que una cierta estética acompaña al parecío o directamente lo sustituye, e incluso se adoptan costumbres asociadas a los distintos estilos de vida que la publicidad nos señala. En otros tiempos las referencias eran menores, quizá eran los actores y las actrices del cine de cualquier tiempo pasado los modelos a seguir. Sin embargo, hoy existe un abismo estético entre generaciones: parecerse a los padres es un síntoma de ranciedad entre adolescentes y veinteañeros. Ya no digamos escuchar la música de hace treinta años o compartir gustos televisivos con los abuelos. Todos estos cambios también se perciben en los modos de vestir, los hábitos sociales o la alimentación actual.

Albolote ha cambiado en los últimos treinta años y ha pasado de convertirse en un pueblo con costumbres de pueblo a desarrollar una personalidad distinta, como ciudad dormitorio en la periferia granadina, con buenos servicios y una calidad de vida menos cara que en la ciudad. Hay quienes definen la calidad de vida de una forma muy sencilla: “no tener que coger el coche pa’ná”. Pero eso no es fácil: hay quienes se pasan medio día en el coche por motivos de trabajo y, entre preocupaciones cotidianas y la lucha diaria por la vida, va pasando el tiempo mientras se cumplen años y se acumulan experiencias… y un día uno se descubre en el espejo retrovisor con ciertos gestos heredados de los progenitores en la manera de hablar, de caminar o hasta de rascarse la oreja.